jueves, 30 de octubre de 2014

CRITICOS DE ARTE

Nota: Si quieren disfrutar de este texto les recomiendo que lo lean y lo sinteticen con Beethoven "Moonlight" Sonata en su tercer movimiento.

                El segundo piso del edificio Johnson, en el que solía trabajar, estaba abarrotado. Todo el mundo había ido a ver su obra. Estaba emocionado.
                Sacó un cuchillo de su bolso. Nadie se percató de ello. Sería una obra de arte de la sangre, de la tortura, de la desesperación. Con un ensordecedor y fugaz chillo empezó la representación. Los dos nuevos becarios en prácticas fueron los primeros. El más delgado recibió un profundo y hermoso corte desde el ojo hasta la nuez de la garganta. Una línea perfecta, propia del helenismo griego. La obra que hizo con el más gordito no fue nada poética. Una puñalada simple y poco original en el pecho. Tendría tiempo para arreglarlo. Los dos cayeron al instante.
                El arte continuaba.
                Los próximos fueron sus ex compañeros de trabajo Mike y Tood. El cincel se convirtió pronto en batuta. La obra que compuso con el pequeño Toddy sonaba a sinfonía de Brahms. Sonaba a la Danza Húngara. Cambios de ritmo, corcheas, sostenidos –su cara convertida en un pentagrama. Las notas subían y bajaban por sus pómulos. Mike también recibió buen arte, qué afortunado él. Esta vez nuestro artista se inspiró en Shakespeare. Mientras movía su pluma con la soltura de un literato gritaba, más alto que la multitud aterrorizada "El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos".
                Para disgusto de su agradecido público terminó su obra antes de lo previsto. Un señor vestido con uniforme negro le dió fin al arte. Una poco artística y fría pistola no le dejo continuar. Más tarde a ese señor lo denominarían Crítico de Arte.



domingo, 26 de octubre de 2014

AQUELLOS AÑOS DE JAZZ

En aquella fiesta el olor era árido. No había forma de sentirse a gusto allí. Cada vez que la noche palpitaba, el olor a incertidumbre corría por mi interior. Curiosas eran las fiestas de aquellos años. Antiguos especuladores habían perdido todo en esos trágicos años. Era una fiesta en blanco y negro. Blanca como la coca y negro como el Jazz.
La mujer de mi derecha bebía agua en una copa de champán. Años duros aquellos. Un trompetista rompía el silencio por unos dólares. Su nombre era Louis y su traje era rojo. Rojo carmesí.
Estaba sentado en la esquina de una mesa de pino. O de roble. No lo sé. Era una hermosa esquina. Era terriblemente atractiva y exótica. ¿Por qué la luz se centraba en esa esquina? A nadie le importaba. Yo era el único que podía darse cuenta de la hermosura de aquella esquina. No dejé que nadie la tocase en toda la noche.
Mis zapatos estaban manchados por la vida, por la calle, por los años de depresión que corrían en Pasadena. Pasadena Boulevard era la única calle con vida aquellos años. En el club de jazz de los Wilder, una melodía estropeaba el bello silencio. Era increíble como podías pasar de amar a odia la música de Louis. Louis y su trompeta.