Nota:
Si quieren disfrutar de este texto les recomiendo que lo lean y lo sinteticen
con Beethoven
"Moonlight" Sonata en su
tercer movimiento.
El segundo piso del edificio Johnson, en el que solía
trabajar, estaba abarrotado. Todo el mundo había ido a ver su obra. Estaba
emocionado.
Sacó un cuchillo
de su bolso. Nadie se percató de ello. Sería una obra de arte de la sangre, de
la tortura, de la desesperación. Con un ensordecedor y fugaz chillo empezó la
representación. Los dos nuevos becarios en prácticas fueron los primeros. El
más delgado recibió un profundo y hermoso corte desde el ojo hasta la nuez de
la garganta. Una línea perfecta, propia del helenismo griego. La obra que hizo
con el más gordito no fue nada poética. Una puñalada simple y poco original en
el pecho. Tendría tiempo para arreglarlo. Los dos cayeron al instante.
El arte continuaba.
Los próximos fueron sus ex compañeros de trabajo Mike
y Tood. El cincel se convirtió pronto
en batuta. La obra que compuso con el
pequeño Toddy sonaba a sinfonía de Brahms. Sonaba a la Danza Húngara. Cambios
de ritmo, corcheas, sostenidos –su cara convertida en un pentagrama. Las notas
subían y bajaban por sus pómulos. Mike también recibió buen arte, qué
afortunado él. Esta vez nuestro artista se inspiró en Shakespeare. Mientras
movía su pluma con la soltura de un
literato gritaba, más alto que la multitud aterrorizada "El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos".
Para disgusto de su agradecido público terminó su obra antes de lo previsto. Un señor vestido con uniforme negro le dió fin al arte. Una poco artística y fría pistola no le dejo continuar. Más tarde a ese señor lo denominarían Crítico de Arte.