Yo maté el arte
con una pistola de café
que me susurraba a la boca
la luz de un estornudo
en la ciega noche de los cláxones.
El arte no fue más que un engaño,
decoraron el agua con números,
echaron nebulosa sobre África
y volvieron, cabizbajos,
llenos de significados amarillos.
Por eso pido el exterminio de los museos,
para que los cristales del despertador
merienden zumo de corbata sobre Las Meninas
y pregunten asombrados:
“¿Es verdad que en la antigüedad
este mantel era
sagrado?”