En aquella fiesta el olor
era árido. No había forma de sentirse a gusto allí. Cada vez que la noche
palpitaba, el olor a incertidumbre corría por mi interior. Curiosas eran las fiestas
de aquellos años. Antiguos especuladores habían perdido todo en esos trágicos
años. Era una fiesta en blanco y negro. Blanca como la coca y negro como el
Jazz.
La mujer de mi derecha
bebía agua en una copa de champán. Años duros aquellos. Un trompetista rompía
el silencio por unos dólares. Su nombre era Louis y su traje era rojo. Rojo
carmesí.
Estaba sentado en la
esquina de una mesa de pino. O de roble. No lo sé. Era una hermosa esquina. Era
terriblemente atractiva y exótica. ¿Por qué la luz se centraba en esa esquina?
A nadie le importaba. Yo era el único que podía darse cuenta de la hermosura de
aquella esquina. No dejé que nadie la tocase en toda la noche.
Mis zapatos estaban
manchados por la vida, por la calle, por los años de depresión que corrían en
Pasadena. Pasadena Boulevard era la única calle con vida aquellos años. En el
club de jazz de los Wilder, una melodía estropeaba el bello silencio. Era
increíble como podías pasar de amar a odia la música de Louis. Louis y su
trompeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario