miércoles, 28 de enero de 2015

CUANDO LOS PASOS DEJAN DE SER MOVIMIENTO

Había mucha gente en aquella fiesta. Tanta que resultaba incómodo. Me excusé y mis pasos me encaminaron a una caracoleada escalera de mármol blanco. Casi por instinto subí apoyando mi mano por la barandilla que guiaba al Olimpo.  Parecía que el sonido iba disminuyendo. Puede que fuese sólo una ilusión. Pero por el momento me servía.
La puerta que yo supuse que sería la del aseo, abrióse.  Me asomé y vi que no era un lavabo, como en un principió pensé. Un horror vacui de vivencias se posó ante mí. Era una habitación grande, parecía incluso que debía sobresalir de la estructura de la casa misma. En un primer vistazo, sólo pude sacar en claro que lo que allí pasaba no era del todo normal. Unas moscas alimentaban el odio de una tortuga famélica. Unos marineros turcos bailaban al son de las palmas que un gran gorila brindaba. El camarero que en la fiesta estaba sirviendo copas, ahora era un trilero con negocios turbios con los poetas que la salida vigilaban. Un peluche un tanto anticuado sembraba sueños huérfanos con el único fin de recoger el más puro de los deseos. Supe que ese era mi sitio.
Intenté buscar la puerta para comunicar a mis amigos que no me esperasen, pero como ya me lo expresó el guiador de almas que deambulaba sobre un gran elefante, ya era demasiado tarde. Los afrodisíacos placeres del delito eran ahora mi reino.



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