Yo me movía sin cuidado, aunque por fuera pareciese que
estaba maniatado. Una mujer, de aspecto fúnebre, se acercó a mí con la única
intención de soltar las cuerdas que mi cuerpo agarraban. Rehuí, puesto que
recordé aquel gusano azul que una vez él mismo rodeó su cuerpo con unos hilos
amarillentos. Seguidamente, me vino a la mente que un día se convirtió en
mariposa, logrando desatar los hilos él solo.
Disfruté, por un
momento, del sollozo de aquel niño que su pelota había perdido. Cuando menos me
lo esperaba –qué suerte la mía- vi acercarse a un matrimonio de cuchillos que
gentilmente sus servicios prestaron. Entonces comprendí lo que el trilero de la
cantina me había augurado. Comprendí, también, como si aquella fúnebre mujer me
hubiese ayudado, ahora mismo no tendría como amigos a una hermosa pareja de
cuchillos.
Entonces, continué mi camino, no sin antes ayudar al niño a
bajar la pelota del árbol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario