viernes, 6 de febrero de 2015

EL HUERTO

Una vez, cuando mis paseos matinales se alargaban hasta el crepúsculo, descubrí un huerto. Aquel huerto, carecía de sosiego, incluso parecía que las almas errantes de varios titiriteros turcos habían pasado por allí. Me pasaba horas y horas mirándolo, incluso llegué a sentir el vacío que todo huerto rinde a su amo. Un buen día, me acerqué lo suficiente para observar el color caoba de los frutos que nunca daba. Era el huerto de la nostalgia. Muchos dijeron posteriormente que ese huerto pertenecía a la diosa melancolía.
Sabía muy bien que nunca volvería por allí. El huerto dejó en mí un resquemor de tristeza que sólo con la ninfa verde podría olvidar. También es cierto que muchas noches después de conocer el secreto del huerto, aún lloraba recordando el sinfín de miedos que bajo esas polvorientas tierras se escondían. Era un sótano escondido a nuestros ojos. Era una galería de sueños y miedos que todo huerto necesita.
Poca gente acudió a su funeral. Incluso él mismo llegó tarde. Sabía, por fin, que el huerto estaba cabalgando sobre piezas imperfectas de puzzles de eternidad. Por eso, la gente abucheó a la parca cuando por un error de agendas, apareció por allí. Era por fin su hora.

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