jueves, 27 de noviembre de 2014

LA CORDURA DE MI DEMENCIA

Me escondo en mi cuarto de las terribles tempestades de allí afuera. Desconecto de la vida maltrecha e imperfecta y me sumerjo entre la variedad de sueños que salen de mi ser. Provoco reacciones inhumanas en mi paladar, mi cerebro vuela como un yonki con su vicio. Estallo de alegría al oír cerrarse la puerta. Mi sensación de plenitud es mucho más amplia en esta estrecha habitación que en la inmensa amplitud de esa ciudad iluminada.
Sin sentimiento alguno destrozo las líneas en blanco que surcan el mar de papeles que yacen sobre mi mesa. Mi alma me transmite la extraña furia de la sensación de vacío. El sentimiento más oculto de mi ser consigue expresarse durante un rato. Unos instantes que permiten a mi imperfecta alma vomitar el más incesante anhelo de libertad que cierne sobre mí.
El roce de mi bolígrafo con el folio en blanco destroza todo afán de un utópico silencio que todo loco necesita. Sin maldad ni necesidad de escapar, cierro los ojos y convierto en quimera la dosis de ebriedad que Dédalo necesitó para terminar el laberinto. Un alarido de impotencia recorre las blancas paredes. Sólo Poseidón podría guiarme en esta odisea. Maldigo la vanidad del ser. Promulgo el odio hacia la gente. Hacia la ciudad. Hacia el ruido. Hacia los colores. Hacia mí.
Maldecida estuvo la hoja durante la tempestad. Cuando la incansable tormenta léxica volvió, y mi alma descansó de su particular batalla, el perfecto ente continuó la senda prometida. El anticlímax acabó con el éxtasis de odio al sonido. El culto a la soledad y sencillez, grandes y profundas conclusiones grabadas a fuego en el reflejo de mi ánima.


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