Las dos humildes ratas con ojos colorados, eran simples
mensajeras –aunque el sombrero de policía de una de ellas resultase cómico.
Cuando analizaban a la gente que no los miraban, sentía como una gota al caer
al suelo expandíase hasta quedar completamente exhausta. No eran las gafas que
llevaba el señor de sujetador de batuta grandes, sino más bien las filas, que, pensándolo
mejor, sólo servían para separar lo que una vez alguien inventó, digámoslo, por
casualidad.
Las ratas, con ojos rojos, siguieron su camino de
mensajeras, y por lo tanto, observadoras. El astro desde que un ser llamado Kellioak les miraba, sólo era preludio
de lo que tras estirar el largo pelo de una dulce
infanta quedaba. Los labios de color rojo sangre del Kellioak no les resultaban cómodo, ni que hablar de familiar, a
ninguna de los ojos rojos. Entonces, simplemente escuchan.
Al no entender el sencillo paso de abrazar que el Kellioak intentó,
el astro quedó para el recuerdo de lo que una vez dos ratas mensajeras y por lo
tanto observadoras, con ojos rojos
soñaron. Era tan simple como abandonar el sentido de ese camino,
tomando, cómo no, el más sencillo.
¿Por qué humilde sencillez?
Tomad, compatriotas, bebed de su manantial,
es sólo el inicio.
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