Es buena hora para montarse en el autobús. No es ni tarde ni
pronto. Sino la hora del autobús. El número 7. Siempre que lo espero me invade
una infantil alegría de victoria. Como el que va a un zoo por primera vez.
Tantas especies, tantos animales, tanta crueldad encerrada en una gran jaula
con ruedas. Sólo estamos 2 personas esperándolo. Una señora sin rostro, como el
que nunca ha visto un atardecer o ha subido una montaña, y yo. Pero eso me da
igual. Ella no es quien quiero ver. Lo quiero a él. O a ella. Es como un ángel,
sin sexo ni memoria. Y por fin, grandilocuente y puro, llega la gran bestia
tallada en acero y aluminio. Se balancea con su ópera de gruñidos y humo negro.
Se arrodilla ante mí, sumiso, como pidiéndome por favor que pruebe su esencia
de todos los días. El conductor no es partícipe de esta historia. Siempre los
he odiado. Intentan amansar a una fiera salvaje de por sí. Pago y entro. No
está lleno, pero tampoco está vacío. Unos cuantos escolares con sus retráctiles
uniformes, una anciana con la fatal etiqueta de la muerte y la chica pelirroja
con lo efímero tatuado en sus ojos. Podría pasarme días hablando de ella. Pero
esto no es un poema. Ni un cuadro. Me limitaré a observarla como se hace en los
zoos. Me siento en el asiento más próximo al motor de esta máquina, quiero
sentir su corazón incoloro. Puede que lo haga como un recuerdo de cuando yo te
sentía a ti y tú a mí. O puede que no. Puede que solo sea un último intento de
ver que hay alguien vivo. Me siento un superviviente de una gran peste que
busca, sin remedio, el inútil roce de lo humano. Hoy solo lo sentiré 2 paradas.
Echo un vistazo (esta vez más profundo) de las especies y de la crueldad que
escode su gran alma mecánica. Los escolares parece que ya no están. No lo sé,
no me interesan. La mujer con la etiqueta de la muerte puede que ya haya
muerto. No me importa. La señora que se ha subido conmigo salió volando. Tal
vez. Pero la chica. Yo quería buscar a la chica pelirroja. Sólo para buscar un hálito
de ti. O si no para buscarte a ti, en unos ojos sin quiebros ni maniobras
raras. Unos ojos vírgenes. ¿Es eso lo que buscaré en las mujeres que vea en el
autobús el resto de mi vida? No lo sé. Me gusta pensar que tú estás en todas
ellas. Sigo sin encontrarla. Los asientos, las ventanas, la música de mis cascos
me dicen que nunca existió. Prefiero pensar que ahora es ceniza. Así podré
seguir buscándote en los ojos de todas las chicas que vea en el autobús. Pero eso
será mañana. Ahora tengo que bajarme y dejar que su carrocería arda. Sé que
todos los días, a la hora del autobús, vendrás para desnudar todos tus
pasajeros. Y otro día más, sé que me brindarás unos ojos en los que poder
buscarla.
"¿A qué
hora pasa el número 7?"
Henri de Toulouse-Lautrec |
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