jueves, 3 de diciembre de 2015

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

el día en que me iban a matar, me desperté, me puse la capucha y salí a cazar. tenía un mapa que me decía exactamente dónde se escondían aquellos seres. esos que con corazones de caballo en las encías me despertaban cuando dormía . bajé las escaleras, orgulloso, con un agujero que iba desde la garganta hasta mis costillas. un gran agujero de sed. la gente me paraba por la calle y me preguntaba a ver si podían hacer puenting por ese orificio. a algunos incluso les dejaba hacerlo sin cuerda. yo he estado ahí adentro mucho antes de nacer, y creedme, no es un lugar agradable. incluso hay días que me escondo allí adentro y todos pensáis que por fin me he ido camino a londres con mis hermanos los marinos mercantes. pero no. os estoy vigilando. almas y bocinas moradas. allí afuera me esperaba el roce de mis dientes con la niebla. el crudo chirrido de las escamas de un lagarto. pero no tengo miedo. como no lo tuve cuando hicisteis cola todos los que no confiasteis en mí.

salté de recuerdo en recuerdo, de necrosis en catarsis, hasta que llegué a aquel gran valle con vacíos goteando de las paredes. brujas borrachas dormían en las esquinas. luz y semen de querubín. abrí la gran puerta y ante mí se posó la tierna imagen de todos esos tórax machacados, todas esas venas aortas chorreando gritos. eran seres gigantescos y totalmente drogados. pero, casualmente, todos me estaban esperando. fue una gran sorpresa. todos me conocían y amaban. y yo también los amé. ahora ellos eran mi familia. junto a ellos estaba a salvo en mi casa al ritmo del pulso de todos esos corazones. me senté en el sofá y encendí la tele. ojeé una revista de muebles con consejos de autoayuda. de vez en cuando, echaba un vistazo a aquellas vísceras rojas. servían de refugio a strippers, toxicómanos y juglares. aún hoy no sé por qué me buscaron. qué quieren de mí. puede que sean demonios. o si no ángeles. o puede que ni si quiera me conozcan. quién sabe. a quién le importa.

algún día os dejaré ese mapa, y si sabéis descodificarlo y seguirlo, llegaréis al punto más lejano de vosotros mismos. un lugar donde ni si quiera oiréis vuestra propia mente porque unos seres no dejaran de aullar. un lugar sin agua ni fuego. y allí, entre ortigas y leones de petróleo, me veréis tumbado en la alfombra escribiendo esta crónica.

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